
Tabla de contenido
Porque me ves: una carta de amor para mamá (¿o para mí?)
Amor que me ve -
A veces no sé exactamente a quién le escribo esta carta. ¿A ti que me trajiste al mundo? A mí mismo: ¿el niño que hay en mí y que todavía quiere ser visto? Quizás ambos. Tal vez te escriba a ti y al mismo tiempo a lo que quiere sanar en mí. Porque este texto comienza donde el amor y el anhelo se tocan.
Me viste. En momentos en los que todavía era invisible. En mi desafío, en mi timidez, en mi curiosidad incontenible. No recuerdo todos los detalles, pero sí sé que de alguna manera me sentí completo a tu alrededor. ¿O era ese el deseo?
A veces siento el calor de tu mano sin que esté ahí. A veces falta. A veces incluso extraño cuando te sientas a mi lado. Y luego me pregunto: ¿Cuánto de lo que extraño es un eco? ¿Cuánto de esto es una respuesta a lo que no confío en mí mismo para dar?
Entre la reflexión y el anhelo
Durante mucho tiempo creí que el amor tenía que ser ruidoso. Visible. Brillante como en los comerciales del Día de la Madre. Pero con el paso de los años he aprendido que el verdadero amor suele ser silencioso. Que no siempre se manifiesta en palabras, sino a veces en miradas, en un vaso de agua junto a la cama, en saber cuándo no decir nada.
Quizás no siempre me entendiste, pero me sentiste. Y tal vez a veces ser visto no sea tan ruidoso como pensábamos. Pero simplemente ser comprendido en silencio. Y tal vez hoy siento que es hora de verme a mí mismo. No sólo a través de tus ojos, sino con mi propia mirada. Uno cariñoso. Alguien que perdona los errores. Quien también abraza el caos.
Amor maternal y autoaceptación
Lo que aprendí de usted –o quería aprender– no es sólo cariño. Es el principio de que alguien se queda. Que alguien esté ahí cuando caigas. Quizás hoy pueda ser yo quien se quede. Para mí. Tal vez empiece aquí mismo: la fuerza interior que he estado buscando en el exterior durante tanto tiempo.
Hay días en los que desearía que hubiera habido más de ti. Más cercanía. Más suavidad. Y al mismo tiempo lo sé: tú también diste lo que pudiste. Y a veces eso era mucho. Y a veces demasiado poco. Pero fue real. Y tal vez a veces baste con saber: ambos estábamos mirando. Cada uno a su manera.
Hoy no quiero idealizarte ni a mí mismo. Quiero que la imagen esté compuesta de luces y sombras. De la cercanía y la decepción. De expectativas que no pudimos cumplir y de momentos en los que todo salió bien.
Si me sostengo hoy
Entonces no es sólo consuelo. Hay una promesa silenciosa. Que ya no tengo que dudar del amor, venga de donde venga. Que puedo ser un hogar para mí. Que puedo aguantar cuando nadie más lo hará.
Me enseñaste lo que significa conexión. Y todavía estoy aprendiendo a vivirlo conmigo mismo. Es una manera. No uno heterosexual. Pero uno real. Y quizás esa sea la forma más hermosa de amor maternal: el que permanece, incluso cuando ya no hay nadie.
Así que gracias. Por todo lo que fue. Por todo lo que no fue. Y por lo que hoy puedo ser para mí.
Y si estás leyendo esto, tal vez también sea un comienzo para ti.
Y estoy aprendiendo que el amor no desaparece: cambia. Y a veces regresa como autocompasión.
Enamorado,
- I.

Imagen: Nuta Sorokina / pexels
Dejar un comentario
Este sitio está protegido por hCaptcha y se aplican la Política de privacidad de hCaptcha y los Términos del servicio.